15 feb 2008

LOS DESAFÍOS MISIONEROS DEL VICARIATO APOSTÓLICO DE SAN VICENTE Y PUERTO LEGUÍZAMO

Durante el proceso de elaboración del Plan Integral de Evangelización del Vicariato (2005 – 2006) y después de muchos análisis sobre la realidad de la Iglesia, llegamos a la conclusión que el problema fundamental consistía en un “déficit evangelizador”, es decir que a la hora de sumar todo, nos quedábamos cortos en lo que es la misión propia de la Iglesia: Evangelizar. O mejor, si evangelizamos pero no se dan los resultados y por eso estamos en déficit.

Por: P. Benjamín Martínez, Consejero Provincial, IMC

Queremos lanzar algunos desafíos, que no son nuevos para la misión de la Iglesia del Vicariato. En todas las épocas se intentaron respuestas, unas sirvieron y otras no, muchos y grandes han sido los esfuerzos de los misioneros y misioneras; ¡cuánto amor, cuánto trabajo, cuánta vida y con tanta fe se ha evangelizado, pero sin desconocer todo esto, en el hoy del Vicariato los retos nos exigen unas respuestas que nazcan del mismo amor y de la fe en Dios, que sean creativas y audaces, desde un espíritu de cuerpo, es decir un proyecto común y centradas en lo que Aparecida llama “el discipulado”, Acompañar las personas y comunidades para Formar seguidores de Jesucristo al servicio de la vida.

El desafío de Acompañar procesos de Fe en grupos o pequeñas comunidades: En la mayoría de encuentros zonales del Vicariato cuestionamos que las catequesis de iniciación cristiana no están dando los resultados esperados, siguen siendo momentos de gracia, pero de ahí en adelante no se genera ningún discipulado. Niños y niñas, jóvenes y adultos con sacramentos pero sin sentido de pertenencia con la Iglesia. Aquí la audacia y creatividad debe llevarnos a ir formando verdaderas escuelas de formación en la Fe, como signo alternativo a lo que siempre hemos hecho. Cuando cambiamos de método y compartimos con la gente la vida y la palabra, se forman pequeñas comunidades en donde las personas viven y expresan su Fe de manera comprometida con la comunidad. Puede ser un grupo de oración, un grupo de pastoral social parroquial (coppas), un grupo de pastoral familiar, los catequistas, una comunidad juvenil, círculo de lectores o infancia misionera, esto en los ámbitos urbanos y rurales. Lo importante es el acompañamiento, la formación y el seguimiento con un pequeño plan de vida. En estos espacios se formarán los verdaderos discípulos de Cristo.

  1. El desafío de la comunión y participación de las y los laicos:

Tenemos cantidad de gente buena y con capacidad de trabajar por la evangelización, pero si no les abrimos espacios de participación seguiremos con las lamentaciones de siempre: los curas, religiosas y algunos catequistas quejándose de la no participación de la gente y la gente convencida de que la Iglesia la tienen que sacar adelante los curas, las monjas y sus amigos. En cambio donde se logra crear un consejo pastoral parroquial las cosas cambian, aunque sea un grupo pequeño de personas, estas se apropian de la Iglesia y hacen que esta camine en medio de las dificultades. Preguntémonos si vale la pena sostener parroquias donde el pobre cura reza, canta, toca las campanas, y reparte los mercados etc. Con paciencia y cariño a la gente se le va implicando y de esto tenemos bonitos ejemplos en el Vicariato. Llaman la atención las animadoras de la Pastoral de la Primera Infancia, el grupo de mujeres, algunos grupos de catequistas, los grupos de jóvenes, las señoras y señores que son fieles en las parroquias, a ellos y ellas hay que darles el estatus de miembros activos de la Iglesia con voz y voto en el consejo y los diferentes grupos, y que no sean solamente los colaboradores silenciosos y obedientes.

  1. El desafío de promover la familia, santuario de la vida

Sin duda alguna la familia como espacio sagrado de protección y crecimiento de las personas, atraviesa por una fuerte crisis, esto ha sido el resultado de una historia en donde progresivamente se fueron perdiendo valores tradicionales positivos y no se aprendieron otros que sostienen la unidad y el respeto en el núcleo familiar. La ilegalidad, la agresividad y la irresponsabilidad de los adultos como forma de vida han provocado un deterioro ético y cultural. Niños y niñas crecen sin la figura paterna y peor aún con una figura paterna agresiva e irresponsable; mujeres abandonadas con sus hijos e hijas que pasan por diferentes relaciones con el peligro del abuso sexual de padrastros contra las menores de edad; el reclutamiento de menores por parte de la guerrilla es un drama que destruye la vida de las familias; niñas y niños abandonados, huérfanos por la violencia; la pobreza y las condiciones de miseria en que muchas familias están viviendo hace muy delicado el tema de promover y educar para la vida de familia.

La pastoral familiar deberá tener un lugar privilegiado en los planes de evangelización de las comunidades. Promover la experiencia de la Iglesia doméstica en las familias con un cierto grado de estabilidad y unión; formación para las parejas de hecho o en matrimonio; acompañamiento a las parejas de novios y el llamado explícito al compromiso matrimonial sacramental con un adecuado acompañamiento y formación. Otro aspecto fundamental de la pastoral familiar será el de articular un plan de trabajo con la pastoral de la primera infancia de la Iglesia nacional, el Bienestar Familiar y las Comisarías de Familia de los municipios y con todas las instituciones educativas interesadas en desarrollar programas de formación y defensa de los derechos de los niños y las niñas de las mujeres cabeza de hogar. Un trabajo especial y personalizado con los hombres para que asuman y vivan con responsabilidad y dignidad su paternidad.

  1. El desafío de la Misión en defensa de la promoción de la vida y una cultura de paz:

Uno de los horrores, de nuestra realidad, que más golpea, causa indignación y taladra el corazón, es la condena a muerte y la ejecución de la misma con crueldad a las personas (niños, niñas, mujeres y hombres) en absoluto estado de indefensión. Si un adulto va a un grupo armado ilegal por su propia voluntad o pertenece a las fuerzas regulares del estado y entra en el conflicto, es conciente y sabe a que se enfrenta y que riesgos corre, pero nuestro conflicto armado se ha degradado a tal punto que se han asesinado, y se siguen asesinando personas para generar terror e imponer el poder con las armas.

La vida humana es una pieza para utilizar y destruir sin remordimiento alguno, todo eso justificado por obtener la victoria en la guerra. En el derecho internacional humanitario se habla de un “límite” que los actores armados no pueden traspasar pero en nuestro caso se han violado todos. (Secuestros, masacres, bombardeos indiscriminados, reclutamiento de menores, tortura, desapariciones forzadas, desplazamiento forzado, minas antipersona etc). Esta es la tragedia que causa el conflicto armado y la violencia política, pero qué decir de todas las otras formas de violencia: abuso sexual de menores, maltrato físico y psicológico contra las mujeres, maltrato de los padres contra los hijos, el aborto obligado o voluntario, abandono de los ancianos, casos de desnutrición e inanición por física hambre, entre otras.

Otra amenaza de la que hoy se habla con más vehemencia es la violencia y destrucción del eco-sistema. Desafortunadamente los programas educativos y de protección aun no se hacen sentir. La destrucción de la selva sigue galopante con todas sus consecuencias: exterminio de especies vegetales y animales, calentamiento, aridez y reducción drástica de las fuentes hídricas.

Atentar contra la vida también es el abandono y marginación de las comunidades por parte del Estado. No hay planes de desarrollo sostenible y la implementación de programas sociales aún es muy limitada frente a la problemática económica de la región.

Aquí, como Iglesia del Vicariato tendremos que aunar y unificar los esfuerzos de intervención en las comunidades. Tanto en los centros urbanos como en las zonas rurales hay grupos de personas que en torno a alguna problemática se asocian e intentan construir una alternativa de desarrollo, de educación y de mejoramiento de la calidad de vida, estos espacios deben ser objeto de conocimiento y de acompañamiento por parte de la Iglesia, tenemos la posibilidad de ofrecer formación ética para que la búsqueda del bienestar comunitario tenga como base la construcción de la comunidad, la reconciliación, la armonía con el eco-sistema y una cultura de la convivencia y la paz.

La caridad y el amor, en medio de esta realidad, se expresan en experiencias de solidaridad y en la defensa y promoción de los derechos humanos y el trabajo por la justicia y la paz. Este trabajo tendrá un mayor impacto en la medida en que se articule con las instituciones nacionales e internacionales empeñadas en colaborar en la superación de estas problemáticas.

El acompañamiento y formación que hagamos tendrá que llevar a un cambio de mentalidad y a una sanación interior del corazón, hay mucho odio y resentimiento, hay muchos traumas que no dejan caminar a la gente. Educar y formar para una cultura de la paz, en donde se hagan experiencias de sanación y reconciliación, sin ello, el espiral de la violencia continua.

La evangelización en el Vicariato deberá tomar en serio el tema de la defensa y protección de la Amazonía, estamos llamados a hacer una lectura y reflexión profunda acerca de nuestra misión en este contexto. Al respecto, en el mundo de hoy, se ha generado un movimiento que está advirtiendo de la urgente necesidad de frenar el calentamiento global para evitar la destrucción de la vida. Nuestra Amazonía es uno de esos santuarios de vida que el poder económico inhumano quiere poseer y destruir, por lo tanto no podemos hacer caso omiso al grito de la madre tierra por su salvación y la nuestra.

  1. El desafío del reconocimiento y apoyo a las comunidades indígenas

El Vicariato sirve a una gran diversidad de comunidades indígenas que han salido al escenario público y han emprendido caminos de resistencia y lucha por conservar lo propio, su cultura y su territorio. Durante estos años de pastoral indígena, hemos visto una progresiva toma de conciencia acerca de la situación de estos pueblos y de la necesidad de cualificar su acompañamiento pastoral. Ponerse en el camino junto a los pueblos indígenas es la metodología a seguir, haciendo camino con ellos, se entenderá mejor y se actuará adecuadamente en la misión de la Iglesia. No podemos planear para las comunidades indígenas, tenemos que planear con ellas y entrar a fortalecer la organización indígena, la educación para asumir el plan de vida de las comunidades y no para expulsar los que se educan, para la inculturación del evangelio y en el caso concreto de los pueblos amazónicos la integración de los mismos para un proyecto de vida común en la Amazonía. La Iglesia está llamada a propiciar y fomentar el diálogo interreligioso entre los pueblos, ayudar a descubrir los grandes valores culturales y espirituales de las comunidades indígenas. De esta manera podría pensar en tener rostro propio, con vocaciones locales identificadas con su cultura y dispuestas a servir la causa del Reino de Dios.

El reto mayor de la misión de la Iglesia en el Vicariato será el de mantener unidad de criterios en torno a una visión común y el de focalizar los esfuerzos de las y los evangelizadores, los recursos y las estructuras en el acompañamiento y formación de las personas, para que sean evangelizadores. Fortalecer el sentido de pertenencia y la identidad de las comunidades para que vayamos construyendo una Iglesia propia, con más autonomía y auto sostenibilidad económica, esto le irá dando la identidad de ser una verdadera Iglesia Local.

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