
HACIA EL HORNO DE DANIEL
El Rvmo. P. Antonio Torasso (ahora obispo y Vicario Apostólico de Florencia año 1954¿?) narra cómo los primeros misioneros de
Llegamos a Buenaventura el 12 de diciembre de 1947 acogidos con el canto del himno Nacional Colombiano cantado por un grupito de negritos.
El 17 estábamos en Bogotá.
Antes de bajar al nuevo campo de trabajo, el valle del río Magdalena, determinamos pasar algún tiempo en la capital para familiarizarnos con los usos y costumbres del país, y sobretodo con el nuevo idioma: el español.
Éramos por todo cinco padres.
Partir en grupo hacia un lugar desconocido, con pocos medios a nuestra disposición, sin saber lo que nos esperaba, sin tener una idea sobre el rumbo que daríamos a nuestro trabajo, no era prudente. De común acuerdo decidimos hacer como el conductor del pueblo escogido la víspera de entrar en la tierra prometida: mandar adelante una expedición exploradora. Esta opción parecía aún más oportuna si se atendía a las no pocas voces alarmantes que se oían en la capital; parecía que el horno de Daniel fuera apenas suficiente para parangonarlo al calor de “tierras calientes” del Magdalena: que la malaria inyectada por miríadas de mosquitos en las venas de los desgraciados habitantes, los convertía en espectros ambulantes; en la piel amarilla y rugosa y los ojos ardientes de fiebre; que las serpientes sembrasen de insidias los caminos de los bosques que los caimanes infestasen las orillas del río…
Era bastante para hacernos recordar con pesar y nostalgia el sueño juvenil de las florecientes misiones africanas. De esto, y de mil cosas más debíamos precavernos, antes de que fuese demasiado tarde para no comprometer desde un principio el resultado de la expedición.
Partimos, pues, dos: el padre Migani y yo, el 6 de enero de 1948. Era la fiesta de
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